A propósito del abuso sexual infantil… ¡Atención mamá y papá!

  


Los casos de abuso sexual infantil que se registran a diario son múltiples, pero también son innumerables los que no salen a la luz por diversas razones; entre estas acotamos principalmente el miedo. Miedo al agresor, al qué dirán, a que no me crean, a que me juzguen. Las noticias que hemos escuchado demuestran que este acto cruel y depravado lo consuman las personas a quienes generalmente la familia les tiene más confianza.  Es por esto, por lo que tíos, primos, abuelos, padres, padrastros o incluso amigos cercanos suelen ser los autores de tal atrocidad. El hecho de que los padres tengan su confianza en el agresor es un punto a favor de este, dado que los primeros nunca se imaginan que el segundo sea capaz de realizar un acto tan bajo. De esta manera, pasan años hasta que los progenitores descubren que sus hijos han sido abusados sexualmente por alguien que nunca pensaron que se atrevería a hacer algo así.

Por todo lo indicado anteriormente es que hacemos el llamado: ¡Atención mamá y papá! El agresor puede ser el familiar a quien le permites que tus hijos se sienten en sus piernas e incluso llegas a obligarlos para que lo hagan sin detenerte a pensar en las consecuencias, solo por seguir costumbres y tradiciones pasadas o porque a ti también te obligaban.  Puede ser la persona a quien le permites que bese a tus hijos en la mejilla y no te fijas en la mirada de estos pidiéndote auxilio y que los libres.  El amigo de confianza a quien le dejas que cuide de ellos por horas y horas sin conocer el trato que les da cuando estás ausente. Simple y sencillamente, puede ser la persona quien menos imaginas.

A pesar de que no puedas imaginar quién es el ente que produce el daño, hay señales que los niños dan como un grito en el silencio pidiendo ayuda. Uno de estos signos suele ser el cambio en el comportamiento. En el cambio de la forma de actuar del niño, un padre puede darse cuenta si algo le está pasando a su hijo, pero para eso, debe ser observador. El error de muchos padres radica en no prestar atención al comportamiento de sus hijos ni detenerse a investigar el porqué de su cambio. Por su parte, el estado de ánimo también comunica muchas cosas sin necesidad de que los niños digan una palabra, solo es cuestión de que mamá y papá analicen y reflexionen sobre ciertas conductas inusuales que estos tengan y acercarse a hablar con ellos para oír atentamente lo que les está sucediendo y brindarles el apoyo que necesitan.

No existe duda de que la confianza es el aliado más importante que los padres pueden tener para evitar que situaciones tan desastrosas sucedan y es algo que se cultiva con ellos desde que están pequeños para que, cuando atraviesen por alguna situación, puedan acercarse y tener la certeza de que serán escuchados y apoyados.  Generalmente, y causa pena decirlo, la mayoría de los padres no crea lazos de confianza con sus hijos y tampoco se detiene a escucharlos desde que están pequeños. Por lo que, cuando les sucede algo, estos no saben cómo acercarse y comunicarlo por miedo a no ser escuchados o que, incluso, papá y mamá no les crean.

En definitiva, la comunicación entre padres e hijos se debe cultivar desde la infancia. Crear esa conexión desde la temprana edad permitirá que la relación familiar se haga más fuerte con el pasar del tiempo. Hay que recordar que los padres son el refugio de cada niño y es a estos a quienes ellos acudirán cuando algo les suceda, solo si se sienten protegidos y si hay una base de confianza ya creada y fortalecida. De manera que, mamá y papá, presten atención al comportamiento, al estado de ánimo, a lo que dicen y callan sus hijos, pero, sobre todo, preocúpense por cultivar y fortalecer la confianza y la comunicación; por respetar cuando ellos no quieren hacer algo o estar cerca de algún adulto e indaguen si existe una razón detrás de ese comportamiento.   

Glenny Martínez López

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